DOS DE OCTUBRE, NO SE OLVIDA

0
537

Ing. Héctor Sánchez Ríos

Eran aproximadamente las 14 horas de un día entre semana en un despacho de cálculo de estructuras de ingeniería. Trabajamos usualmente de medio tiempo pues éramos en su mayoría estudiantes del último año de la carrera de Ingeniería; pero en esos días la UNAM estaba cerrada, por lo que aprovechábamos para trabajar un poco más de tiempo.

Nuestro pago era para comprar la gasolina e irnos al béisbol del parque del Seguro Social. El pago era en base al número de horas trabajadas, pero por andar en ciertos menesteres, muy populares en ese año, la segunda quincena del mes de septiembre nos había ido muy mal en el aspecto monetario, así que ese día nuestra presencia en el despacho se prolongó hasta las 15 horas y permanecíamos ahí, pero con ganas de estar en el acontecimiento, para nosotros rutinario pero muy importante.

Al ingeniero gerente del área se le hizo raro vernos y le llamó la atención del por qué todavía permanecíamos en el despacho- Le expresamos nuestra preocupación económica, así que dijo: “No hay cuidado, yo les firmo sus horas; pero ya váyanse.”

La cita, como ya era una costumbre: La unidad Tlatelolco. La fecha, dos de octubre de 1968.

Salimos volando los tres amigos, a apostarnos en nuestro lugar de costumbre:

El barandal de protección o parapeto del puente que esta frente a la Plaza de las Tres Culturas, teniendo enfrente el edificio Chihuahua, que era utilizado como tribuna en su tercer piso.

Lo demás, ustedes ya lo conocen: 50 años de estarlo contando en la televisión, en periódicos y revistas, etcétera.

Lo que siguió después de las bengalas, es una narración que hago desde nuestro muy particular sitio donde rutinariamente nos apostábamos.

El primer impulso fue refugiarnos bajo el puente, o quizás correr en dirección de Manuel González, donde habíamos dejado el carro (auténticamente una nave), un chevrolote como del año del caldo, con su avión en el centro del cofre, pero que tenía un excelente cupo y que nos servía para ir y venir a la UNAM y al despacho.

Pero, el flujo y las presiones de la gente espantada es como una estampida y no vas en el sentido donde tú quieres, te llevan. Obviamente en sentido eso sí, contrario de donde vienen los disparos, donde está prácticamente el alboroto principal.

En el sitio donde siempre nos veíamos, ahí estaba esperándonos un hermano de mi amigo, un estudiante preparatoriano. Este, es un mozuelo, comparado con nosotros y para colmo con unos lentes de fondo de botella. Ya se imaginan que les pasó a los lentes de este cuate al iniciarse el zipizape. Los perdió a las primeras de cambio, así que teníamos además otro problema aparte de tratar de salir.

Rescatar al muchachito atrapado en la muchedumbre.

Uniendo fuerzas, los tres, nosotros, como un ataque de linieros de futbol americano, pasando por encima de unos y otros, lo logramos rescatar y hasta entonces, pudimos con más confianza, dirigirnos con rumbo al coche.

Caos por todos lados. Corriendo entre los edificios y sorteando tanquetas y disparos logramos llegar al carro y cuando abrimos el mismo, con sorpresa descubrimos un par de estudiantes hombre y mujer que estaban dentro del mismo y agazapados en el asiento trasero.

Sin perder tiempo ni hacer ninguna pregunta arrancamos por la calle de Manuel González, tuvimos que saltar un camellón, rodamos en sentido contrario una parte de la calle, y era tal la adrenalina que francamente no nos acordamos, (porque posteriormente lo comentamos), de cómo llegamos a donde llegamos pero ya estábamos allí en los Indios Verdes, (nosotros más verdes que ellos). Y ya más repuestos, nos bajamos uno a uno, casi, casi, como cuando llegó el Papa a México la primera vez, besando la tierra y sin poder dar crédito a todo lo que en unos cuantos minutos habíamos vivido.

La fiesta en Tlatelolco, como bien saben ustedes, continuó, pero nosotros ya estábamos por el momento a salvo.

Ya teníamos alguna experiencia al respecto, pero experiencia de gases lacrimógenos, de chorros de agua, de corretizas huyendo de los toletes, pero como esta, nada qué ver, como dicen ahora los muchachos.

Muchos muertos?, muchos presos en el campo militar Número Uno?

¿Qué dejó todo aquel movimiento?

Se especulan muchas teorías en las que yo tengo mi propia opinión y cada uno de ustedes, tiene su verdad.

A continuación les trascribo un párrafo de lo que opinó en su momento Ernesto Zedillo en una entrevista que le hizo Álvaro Vargas Llosa, me parece que en el último año de su sexenio, Citó:

“En México, desde finales de los años veinte hubo competencia política, hubo lucha ordenada por el poder, hubo instituciones que posiblemente ya en los años setenta y sobre todo en los ochenta, habían quedado un tanto retrasadas, pero hay que reconocer que bajo el impulso de movimientos que se llevan a cabo a finales de los sesenta, México vivió un proceso de apertura política, de cada vez mayor competencia y sin duda de afianzamiento de las libertades políticas de la gente.“

Por cierto, se publicó alguna vez (en su sexenio), en un diario de circulación nacional, una foto en la que se ve corriendo de los gases lacrimógenos, en aquel entonces, al joven Zedillo, que era un estudiante de preparatoria.

Pudo haber sido, por ejemplo, el chavo de los lentes a que me referí. ¿No es cierto?

Aprovecho este medio como una narración del episodio que vivimos los 3 amigos estudiantes del último año de la carrera de ingeniería y para no dejar pasar la fecha de ese 2 de octubre de 1968.

Les envío un fuerte abrazo.