Por Dr. Manuel Portillo Serrano
Gastroendoscopía/Gastrocirugía
Aun en Urgencias Villa, mes de febrero, llegaron varios quemados por una explosión en una lancha en Chapultepec, pero mi amigo Canito y yo nos abocamos a un quemado en especial, ya que traía quemaduras de más del 80 % de superficie corporal, recuerdo que era casi 86 %, lo clasificamos por la regla de los 9, para los quemados con la que contamos la superficie corporal quemada, y le aplicamos soluciones, plasma y proteínas.
Mi amigo Canito entabló una relación muy estrecha con ese paciente, Guillermo era su nombre, puedo decirles que la única parte que no estaba quemada en su cuerpo era la cara, el cuello y la mitad de un brazo del lado derecho, todo lo demás estaba quemado, él estaba cerca de donde fue la explosión del motor de la lancha y un bote de gasolina.
Recuerdo que las piernas eran quemaduras de casi tercer grado, el paciente estaba muy grave, y no se imagina, querido lector, cuando un paciente le dice a uno – Doctorcito no me deje morir- y uno sabe que no puede cumplir esa promesa, haremos lo humanamente posible, y Canito y yo enfrascados en salvar a Guillermo, veíamos cómo a otros pacientes con superficies quemadas de 40 % y hasta 50 % los trasladaban al Hospital de Xoco, que era donde estaba la unidad de quemados en esa época, y nosotros lo lográbamos estabilizar a Guillermo, nuestro paciente, por unos minutos, pero luego se volvía a agravar y desestabilizarse, cayendo en insuficiencia renal, lo pasamos a terapia intensiva, donde a pesar de estar nosotros asignados al servicio de urgencias, nos quedamos con él y nos dejaron ir él, me imagino por lo comprometidos que nos vieron en ese caso.
Yo no le contestaba nada a Guillermo, pero Canito sí le atinó a decir: ¡No, no te vamos a dejar morir!, yo volteé a ver a Canito, como desaprobando esa aseveración, ya que sabíamos que sí era muy probable que muriera, pero Canito, como decimos en el medio, se emperró y colocó catéteres largos, más soluciones y antibióticos e iniciamos a prepararlo para pasarlo a quirófano para desbridar las heridas y hacer una cura descontaminadora y amputar las piernas quemadas, no podía dejar a mi compañero de guardia Canito solo, así que entre los dos lo preparamos y ya listo para entrar a quirófano, sucedió los que se veía venir, Guillermo falleció.
De su ingreso a su fallecimiento no pasaron ni 6 horas, las cuales trabajamos Canito y yo muy fuerte con objeto de tenerlo preparado para entrar a quirófano de urgencia, ahí entendimos por qué no se trasladó a Guillermo. Pues nada, fue por el total de la superficie corporal comprometida, tenía pocas posibilidades de ser recuperable, y nuestros maestros y compañeros nos vieron tan comprometidos con él, que literalmente nos dejaron hacer nuestro máximo esfuerzo, que sabían ellos que sería fallido, y efectivamente lo fue, la catrina, la pelona, nos ganó con Guillermo.
¿Qué nos enseñó este caso? A no darnos por vencidos y seguir y seguir, pero diciendo siempre la verdad.
Esa noche nos tocó ir a descansar a Canito y a mi, de 3 a 6 de la mañana, nos dividíamos la guardia al haber poco trabajo con el objeto de descansar mínimo 2 a 3 horas, y ahí viví un momento paranormal, probablemente el único de mi carrera, que nunca más se repitió, ¿qué fue? Iniciaba en este mundo de la medicina, recuerda que llevaba dos meses de internado, era más sensible, tenía falta de frialdad, falta de madurez médica o llegué a encariñarme con Guillermo, aunque mi compañero Canito lo hizo más, pues pasó ese caso y literalmente nos dormimos, más bien nos desconectábamos, por el cansacio que nos agobiaba, yo dormí arriba de la litera y Canito estaba abajo, en la residencia de internos, y al estar me imagino que profundamente dormido, yo oía la voz de Canito, pero como que se alejaba, me llamaba por mi nombre, Manuel, imagínense, acostado, en la residencia de internos, que más bien parecía leonera, sumamente cansado y oyendo mi nombre como que al inicio muy claro y después más débil, como que se alejaba de donde yo estaba, pues claro que me desperté, le llamé a Canito, él estaba bien dormido, pero sudaba mucho y temblaba, quiero decirles que era febrero, sí hace frio en la CDMX en esa época, pero la residencia estaba helada, más frío de lo habitual, y volteo a ver a Canito y me imaginé que era diabético y que le había bajado su azúcar y que estaba en una hipoglicemia, lo jalé, tiré de su brazo y después de estímulos muy fuertes logré despertarlo, pálido, sudoroso y me comentó que soñó, o estaba soñando, que alguien lo jalaba hacia un cementerio y que él no podía ni hablar, sentía la mano de alguien muy helado en sus brazos, y que reaccionó hasta que yo literalmente le grité y sí, yo lo jalé, pero no estaba helado y nos quedamos mirando, no comentamos nada ni al jefe de guardia ni a nuestros compañeros, lo vivimos él y yo, lo único que atiné a decirle a Canito, -ya ves Guey, tú le dijiste a Guillermo que no lo ibas a dejar morir-.
Gracias.