“Ser joven es resistir, y ser joven indígena es resistir doblemente”, dice Premio Nacional de la Juventud

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Nadia López García, Premio Nacional de la Juventud. (Foto: El Universal Online).

Nadia López García tiene 26 años. Es una mujer mixteca que usa orgullosa una falda azul que le hicieron sus tías, una blusa que le bordó su abuela Natalia y un rebozo que le regaló su mamá.

Hace poco lloró de impotencia frente a la Biblioteca Central de la UNAM. Debió optar muchas veces entre “un taco o unas copias” y seguir sus estudios; pensó en darse por vencida, pero no lo hizo.

Ayer martes recibió de manos del presidente Enrique Peña Nieto el Premio Nacional de la Juventud 2018 por su labor en el Fortalecimiento de Cultura Indígena.

Junto con otros 17 jóvenes talentosos mexicanos, recibió el galardón, en la residencia oficial de Los Pinos, con su rebozo sobre sus hombros. Ahí, frente al Presidente de México, narró su vida.

“Escurren las lágrimas de mi madre a quien le pusieron ceniza en la boca para que olvidara su lengua. Mi madre, quien hoy vive con la mitad de su corazón. Soy Nadia, una mujer de la mixteca alta de Oaxaca; hija de una mujer que fue monolingüe hasta los 15 años y que no concluyó su educación primaria, porque no podía hablar en español.

“Una mujer que recibió castigos por hablar y pensar en la lengua mixteca. Soy nieta de una mujer que a sus 60 años pudo escribir por primera vez su nombre. Soy bisnieta de Catarina, quien murió sin que una clínica ni un doctor llegaran a la comunidad. Soy mujer, soy indígena, soy migrante y soy joven”, inició.

Indicó ante el presidente Peña que quizá todas estas características son las que “dolorosamente” presagian un futuro poco alentador. Advirtió que aunque mucho se ha trabajado y logrado por los derechos de los pueblos indígenas, los migrantes, las mujeres y los jóvenes, aún falta mucho por hacer.

“Ser joven es resistir, y ser joven indígena es resistir doblemente”.

Narra que creció en los campos de fresa, tomate y pepino junto a cientos de niñas y niños jornaleros migrantes, que año con año migran con sus padres al Norte, para trabajar en los campos de cultivo, en el Valle de San Quintín.

Nadia cortaba fresas y hacía “bolis” -agua de sabor congelada en pequeñas bolsas de plástico- que vendía en la escuela, ahorraba el dinero que ganaba y se los daba a sus padres porque así sentía que más pronto regresaría a su pueblos, a su casa, a sus abuelas, a su tierra, al lado de los suyos.

Recuerda que estando en Baja California escuchó por primera vez a su madre hablar una lengua diferente, “que sonaba como la lluvia”.

Ella y sus hermanos dejaron de jugar para ponerle atención, pero su madre bajó la mirada y se calló para empezar a hablar en español.

“Mi madre no nos enseñó la lengua desde pequeños. Pensó que así nos evitaría la discriminación y la exclusión. Hasta ese momento no era consciente del gran dolor que mi mamá cargaba.

“Ese dolor se convirtió en mi inspiración para realizar mi trabajo. Todos los días trabajo para que más historias, como la de mi madre, no se repitan. Para erradicar el racismo y la discriminación hacia los pueblos indígenas.

“Para compartir que nuestros pueblos originarios han resistido por no desaparecer, por no olvidar nuestras palabras; por seguir soñando en cada una de las 68 lenguas que se hablan en México. Un país multilingüe, de una diversidad cultural y lingüística inimaginables”.

Dice que hoy trabaja para que ninguna persona sienta temor, ni vergüenza de decir: “Yo soy indígena”.

Para que las lenguas originales y las formas de ver el mundo nunca mueran. “Ser indígena es eso: es tener un mundo y no renunciar a él”.

Continua su historia. Recuerda que el camino para volver su sueño de defensa de la cultura indígena se hiciera realidad la obligó nuevamente a migrar. Viajó a la Ciudad de México para estudiar en la UNAM.

“Los esfuerzos por conseguir los recursos para perseguir este sueño y cumplirlo viajaron también conmigo. Vendí ropa, café, fui mesera y hasta lavé ajeno para solventar mis estudios”.

Narra ese momento en CU, donde estuvo a punto de renunciar:

“Hace algunos años, sentada frente a la Biblioteca Central de la UNAM, lloré, como casi nunca, y estuve a punto de rendirme. Lloré de rabia e impotencia. Me dolió darme cuenta que muchas veces tuve que decir que algo no se me antojaba o que no lo necesitaba, porque sabía que mis papás no podían comprarlo.

“Darme cuenta que en infinidad de ocasiones tuve que elegir entre echarme un taco o comprar las copias de la escuela. Darme cuenta que estaba nadando contra corriente. Frente a los murales de mi universidad, llegué a enojarme por no haber nacido en un hogar rico, por no tener padres profesionistas; por no tener amistades de dinero que pudieran financiar mis estudios, mis pasajes o invitarme una comida”.

Dice que llevó ese dolor a cuestas mucho tiempo hasta que un día recordó los esfuerzos con los que sus padres emprendieron camino al norte para buscar un mejor nivel de vida para sus hijos.

“Recordé a mi madre escondida para que no la escucháramos hablar en mixteco. Recordé a esa mujer que trabajó duramente para convertir a su hija en la primera integrante mujer de su familia en ir a la universidad. Fue entonces cuando fui enteramente consciente de que sí, sí podemos desafiar al futuro; que podemos cambiar nuestras historias de pobreza, violencia y discriminación, por historias de triunfo, de solidaridad, de éxito”.

A un paso del Presidente de México, esta mujer de la comunidad oaxaqueña de La Soledad Caballo Rucio considera que no importa de donde venga una persona, sino que lo importante es hacia dónde va y qué hace para lograrlo.

“Desde ese día me atreví a hacer poesía, narrativa y ensayo en lengua mixteca. Me atreví a realizar talleres y conferencias para el fortalecimiento de las identidades, el empoderamiento de la mujer indígena. Me atreví a trabajar con niños que han sufrido violencia por hablar sus lenguas maternas, a crear una plataforma de traducción en lenguas indígenas. Me atreví y me atrevo a soñar”.

Pide entonces apoyar a otras personas.

“Soñemos juntos, en distintas lenguas, por un México más justo, más libre y más incluyente. Señor Presidente: Tenga la seguridad que de hoy usted ha sembrado, en esta generación, la semilla para que en México crezcan todos nuestros sueños. No nos vamos a rendir”. (El Universal Online).